Hace un par de semanas se dio a conocer una noticia que parecía un chiste de pésimo gusto: siete personas que viajaban desde Miami hasta Buenos Aires (Argentina) decidieron bajarse del avión cuando se dieron cuenta de que quienes conducirían la aeronave eran mujeres. La noticia se propagó por las redes sociales y los medios de comunicación presentaron en caso como una simple anécdota. Sin embargo, este episodio nos permite reflexionar sobre el rol que se le atribuye a la mujer en la sociedad.
Que siete pasajeros se bajen del avión porque dos mujeres están a l mando de la operación del aparato, no es más que una muestra contundente de que desafortunadamente todavía existe un amplio sector de la sociedad que considera que la mujer es un ser de inteligencia inferior que no está en capacidad de desarrollar las funciones que históricamente han desempeñado los hombres.
El machismo se ampara en esa creencia para justificar una supuesta inferioridad de la mujer con relación al hombre; de esta manera se abre paso al surgimiento de situaciones de exclusión y violencia en contra de la mujer. El menosprecio de las facultades intelectuales de la mujer es uno de los fundamentos de la cultura machista para mantenerla en un estado de inferioridad. De esta manera, el machismo impone un modo de ser mujer: sumisa, entregada a las labores domésticas, obligada a estar al servicio del hombre y sin posibilidad de ejercer posiciones de autoridad.
El machismo logra su objetivo cuando creencias absurdas como esa se instalan de una manera tan fuerte en el imaginario colectivo, que hacen que noticias de este tipo nos parezcan chistosas o simplemente un hecho anecdótico. Cuando dejamos de ver la gravedad de los hechos y no consideramos su trascendencia, de alguna manera estamos siendo participes del ejercicio de violencia en contra de la mujer. La violencia no se reduce a golpes o insultos, la descalificacion de las capacidades físicas e intelectuales de la mujer, los chistes de mal gusto, la presión social por parecerse a una Barbie, la reducción de su rol social a las labores domésticas, entre otros, son ejercicios de violencia emocional y simbólica que terminan abonando el terreno para agresiones mucho más evidentes como el maltrato físico e incluso el asesinato.
Es responsabilidad de todos nosotros oponernos a cualquier expresión de violencia, nadie tiene derecho a pasar por encima de la dignidad de nadie. Cuando como sociedad entendamos el valor del respeto a la diferencia y defendamos sin restricción alguna la igualdad de derechos de hombres y mujeres, seguramente nadie se bajará de un avión porque una mujer sea la piloto.
