Martha llegó a Estados Unidos cuando tenía ocho años, aunque han pasado veinte abriles desde ese día gris que terminó su travesía por la frontera en compañía de su madre, aún no se siente libre en la “Tierra de la Libertad”. Como inmigrante indocumentada ha tenido que padecer lo que millones de inmigrantes sufren diariamente en los Estados Unidos: discriminación, subordinación, estigmatización, humillaciones, persecusión y demás infamias que tristemente han tenido que ser naturalizadas por la comunidad inmigrante como un inaceptable recurso de supervivencia.
Martha tenía veintiún años cuando el presidente Barack Obama anunció la implementación del DACA, una acción diferida mediante la cual no solo se protegería del fantasma de la deportación que acecha a miles de jóvenes inmigrantes que llegaron al país siendo niños o adolescentes, sino que además les otorgaría un permiso de trabajo con el que podrían insertarse legalmente en el mercado laboral de “La Tierra de las Oportunidades”. El anuncio llenó de esperanza a Martha, sintió que se le abrieron las puertas al sueño que fue madurando con los años: ser abogada especialista en migración para ayudar a su comunidad. La esperanza dio paso a la acción y fue así como Martha ingresó a la Escuela de Leyes al tiempo que trabajaba -entre semana- como paralegal en un despacho de abogados y los fines de semana como mesera en un restaurante.
Desde que Donald Trump llegó a la Casa Blanca con la promesa de perseguir a los inmigrantes indocumentados, se prendieron las alarmas sobre el futuro del DACA. Aunque en principio el magnate afirmó que por el momento la eliminación del DACA no estaba entre sus prioridades, era de esperar que en algún momento se diera el nefasto anuncio de la cancelación de esta acción diferida mediante la cual más de 800 mil jóvenes han accedido a oportunidades laborales y educativas. El pasado 5 de septiembre el Fiscal General Jeff Sessions anunció oficialmente que el gobierno Trump había decidido cancelar este programa. Con esto, más de 800 mil jóvenes inmigrantes quedaron en un limbo migratorio que alimenta la incertidumbre que acompaña a más de once millones de indocumentados en Estados Unidos.
Los “Dreamers”, como son conocidos los beneficiarios del DACA, son jóvenes que están en Estados Unidos contribuyendo al desarrollo económico, cultural, social, académico, tecnológico, industrial y demás campos de la vida pública del país. Son hijos, padres, hermanos, tíos, primos, nietos, amigos, novios, esposos, prometidos; son seres humanos con aspiraciones y ganas de transformar las condiciones que los hicieron emigrar de sus países de origen cuando muchos de ellos apenas se estrenaban en el oficio de vivir; son energía vital, esperanza, cambio, lucha, trabajo, tenacidad. Son una fotografía de nuestra Latinoamérica mestiza, alegre, trabajadora, resiliente y solidaria; son una radiografía de nuestra Latinoamérica históricamente empobrecida, dominada, excluida, estigmatizada, masacrada. Son el testimonio vivo de una nación que se ha hecho grande gracias al esfuerzo de inmigrantes de todas partes del mundo que han encontrado en este pedazo del planeta -que es de todos nosotros- un lugar para vivir.
El anuncio de Sessions llenó de incertidumbre a Martha justo cuando está muy cerca de terminar la escuela de leyes; justo cuando le anunciaron que iba a ser ascendida en el trabajo por su excelente desempeño; justo cuando su novio -también dreamer- le propuso matrimonio; justo cuando se dio cuenta que tiene tres meses de embarazo; justo cuando su madre tuvo que dejar de trabajar porque los treinta y cinco años que ha entregado al trabajo duro y honesto en este país le pasaron factura a su cuerpo… ¿Justo?
Ahora los Dreamers como Martha están en manos del Congreso, pues a partir del anuncio tienen seis meses para tomar una decisión definitiva sobre el el futuro de la población amparada por el DACA. Hacemos un llamado al Congreso para que reconozcan el aporte de esos miles de soñadores que se levantan todos los días a buscar un mejor presente para ellos y para el país, porque no hay que desconocer el aporte significativo que estos muchachos le hacen a los Estados Unidos desde distintos campos de la vida social. No olvidemos que este país lo ha hecho grande la fuerza de los inmigrantes que desde el principio de la historia de los Estados Unidos han contribuido para que en el mundo se mire a este pedazo del planeta como una tierra de oportunidades en la que los sueños se pueden hacer realidad. Nada sería más contradictorio que en “la tierra donde los sueños se pueden hacer realidad”, los soñadores tengan que vivir una pesadilla.